Y te esperé hasta las seis

(Grabado en madera de Lynita Shimizu)

Voy caminando sólo por la vereda. Son las cinco y cuarto y siento que el corazón se me agita. Hace mucho que no la veía y hoy iba a ser algo que esperé hace mucho tiempo. Me recordaba a mí mismo las veces que intenté encontrarme con ella, y que terminaron en sendos fracasos. Hoy sentía que sería especial. Cinco y veinticinco, y llego al lugar de reunión: un café de un barrio donde se combina la modernidad con el aire decimonónico, el lugar más chic del arte contemporáneo con el típico almacén de la esquina, atendido por el “tío” o la “señora” que te hace el descuento o te da la “yapa”. Se acerca el mesero, y me dice qué deseo. “Un café, por favor” digo. Se retira y tomo de mi bolsillo un cigarro, un tanto a mal traer, doblado y arrugado, que prendo con el encendedor de un señor de la mesa de al lado. Y me puse a esperar. Se suponía que llegaba a las cinco con cuarenta y cinco, y como llegué mas temprano, comencé a mirar a la gente que allí se reunía y no sé porqué sentí curiosidad por oír las conversaciones que allí se daban. Cerca de los grandes ventanales había una pareja, muy joven, de no más de treinta años que conversaba y que se notaba que tenían una conversación un tanto fúnebre. En el rostro de él se veía la tristeza y en el de ella, una seria, pero un tanto dubitativa mirada. Como no podía oírlos desde donde estaba, me imaginé que ésta era la conversación:

-Te tengo algo que contar.
-¿Qué pasó? Te noto extraña.
-La verdad es que he tomado una decisión.
-¿De qué se trata?
-Es que... ya no puedo continuar.
-¿Continuar? ¿A qué te refieres?
-Mira, lo que te estoy diciendo es que... se acabó el amor.

En ese momento, llegó el café. “Aquí tiene”, me dijo el mesero. Le di las gracias, y bebí el primer sorbo. Me había devuelto a mi realidad. Ya eran casi las cinco y cuarenta me entretenía imaginando las conversaciones de la gente que allí estaba.
En el otro extremo del café, había un señor, de unos cuarenta y tantos con una joven de no más de 21 años. Ella se notaba algo incómoda, pero coqueta; y él, en su papel de hombre maduro, desplegaba sus dotes de galán. Hice el mismo ejercicio que realicé con la pareja que estaba cerca de los grandes ventanales:

-¿Te gusta el lugar?
-No sé... es que... igual es lindo.
-Bueno, te tengo un regalo
-¿Qué es? Dime, ¿ya?
-Bueno, pero, cierra los ojos.
-Ya...

En eso, él de su bolsillo, saca una caja, de color azul profundo y la abre. Ella la miró y sus ojos brillaron como cristales. Lo primero que hizo fue, dar un pequeño gritito de júbilo, acercar la caja a su cuerpo y tomar al sujeto y darle un beso, con una pasión que a todos quienes estábamos allí nos sorprendió un poco. Cinco y cincuenta y ya me impacientaba. No por el hecho de que existía una presunción de atraso, sino de que me iba a suceder lo mismo de las otras ocasiones. Llamé a su celular, pero no contestaba. Así, mi café se había vuelto tibio y mi cigarro se había acabado. De mi maletín saqué una cajetilla que guardaba y la abrí para obtener un cigarrillo. Volví a molestar al señor de la mesa del lado, para pedirle fuego para encenderlo. El, un señor de unos cincuenta y fracción, mientras me daba fuego, me dijo:

-Lo noto nervioso, señor.
-Si, es que... no debería decirle.
-Vamos, dígame.
-Bueno... tengo... más bien, estoy esperando a alguien.
-¿Su esposa?
-No, no. Para nada. Una vieja amiga.
-Para ser una amiga de tanto tiempo, no debería estar así.
-Es que... no creo que me entienda.
-Ya tengo muchos años encima. Pruébeme.
-Está bien. Hace mucho que nos habíamos puesto de acuerdo para vernos, pero parece que va a ser igual que todas las anteriores.
-¿No me diga que lo ha dejado plantado más de una vez?
-Lamentablemente, sí.
-Bueno, pero no se preocupe más. ¿Ve a esa mujer que está cerca de la barra?

De hecho, había una mujer, que estaba en la barra, desde más tiempo que yo en el café. Era delgada, de piel tostada y ojos cafés. Todo eso acompañado de un traje muy elegante y con un sombrero de ala, color negro. Se notaba ansiosa y preocupada cuando yo llegué. No reparé en ese detalle hasta que el viejo me lo dijo. Mientras la miraba, el viejo se había levantado de la mesa e ido del café sin que me diese cuenta, dejando el pago de su consumo, una propina y un papel que decía “Para el joven de la mesa del lado”. Cinco y cincuenta y cinco. Tomé el papel, lo abrí y lo leí. Lo que decía era: “Amigo: a veces esperamos tanto, que la felicidad que tanto anhelamos, nos espera sin que nosotros nos demos cuenta. Si no, fíjese en la mujer de la barra. Ella, al igual que usted espera a su felicidad, pero, no se da cuenta que su felicidad está esperándola a ella....” Llamé al mesero, y le dije que me trajera la cuenta. En ese tiempo, tome un trozo de papel y escribí algo. Al llegar el mesero, pagué la cuenta y le dije se podía entregarle el mensaje a la mujer de la barra. Y me fui. Y la esperé hasta las seis.
El mesero hizo lo que le pedí y hasta las manos de ella llegó el mensaje. Mientras lo leía, yo caminaba en dirección a mi casa. El papel decía más o menos así: “Nunca dejamos de estar solos. A pesar de esperar, y esperar por quien puede brindarnos ese anhelo de alegría y afecto que nunca llega, hay otros, que sin que uno lo sepa, nos brindan eso que esperamos, pero que hay que tener los ojos muy abiertos para verlos. Ese es el encanto de encontrar a quien nos quiere...” Adjunté con el mensaje mi nombre y un número de teléfono donde podría llamarme. Y me fui. Iba pensando, en silencio, con la cabeza gacha. ¿Realmente había hecho bien? ¿Qué pensará: que soy un atrevido, o un loco delirante? Para ser franco, esta aventura me hace dudar mucho. Pero miraba a todos lados y veía cómo la gente pasa desapercibiendo lo que realmente le hace feliz, lo que realmente está esperando. Pasé a comprar un diario y luego dirigí mis pasos a una casa que me esperaba sola, amable y en silencio. Ya eran las siete y media.
Llegando, fui al contestador y me encontré con dos mensajes. Uno era de quien yo había estado esperando. Decía que la disculpara por no llegar, que si quería nos viéramos en ese mismo lugar y una serie de cosas. Luego, pasé al otro mensaje y era la mujer que estaba en la barra. Su mensaje decía: “Nadie más que alguien que sufre conoce lo difícil que es sufrir por algo que no llega. Pero hoy abrí mis ojos y me atreví a ver para encontrar a ese alguien que me quiera. Te esperaré en el café donde estábamos la próxima semana a las seis”.
Pasó la semana y llegó el día. Y con toda la emoción y el nerviosismo, te esperé hasta la seis.
Y llegaste.

Comentarios

Paola dijo…
Weón (disculpa el wn, pero va con la emoción)
Weón, la cagaste!!!! es impresionante... me emocioné mil, con la lección de vida que se pasmó en un pápel, ese maldito mensaje me llego a la fibra sensitiva, y final me provocó ternura (sensación muy rara en mí).
Felicitaciones!!!!! lo mejor q he leído de ti.
Hada de Luz dijo…
ooooh impresionante... me gusto mucho, cargado de sensibilidad... lleno de romanticismo, un relato que traté de vivirlo como mio y me envolvió completamente.

Sobre el mensaje, nada que decir, los mensajes escritos en cada papel hablan por sí solos.

Mantendré los ojos más abiertos de ahora en adelante!

Gracias por el relato... Buenísimo.
Juan O. dijo…
El manejo de la insertidumbre...

genial.

Bonita historia, eso es lo que pasa en todo...

Uno va por algo bueno, se decepciona por no tenerlo, pero despues se da cuanta que tiene algo mejor al lado, algo que te llena y que sabe lo que se siente que te dejen esperando y plantado.

Uno ve en los ojos de esa persona el reflejo del alma, y en ese momento nace el amor...

gracias a Dios la chica se atraso.

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