Las 4 Lunas (III Parte)

Tercera Luna:
LUNA LLENA

La luna llena aparecía en lo alto del cielo. Era de día. De eso si que me acuerdo también. Se veía enorme. Y la mirábamos desde el pasto del parque. Ahí estábamos; echados sobre el chal que habíamos traído, mirando el cielo azul adornado por esa luna. Me sentía feliz ahí. El tiempo se detenía para mí estando contigo. Sin dejar de mirar al cielo, tantee el suelo para poder buscar tu mano. Entrelacé la mía con la tuya y tu voz cortó el silencio:

- ¿En qué piensas? –me decías-.
- Pienso… pienso en lo que siento ahora –tratando de salir de mi trance-.
- ¿Y qué sientes? –insistió-.
- Son muchas cosas, “hija” –le respondí con ternura-.
- Bueno, “padre”; ¿las puedo saber? –sonriéndose del que haya dicho “hija”-.
- Si, “hija mía”. Puedes –contesté-.

Y me acomodé para que mis ojos dieran en los tuyos.
Ahí te hablé de que mi corazón era dichoso de tenerte. Y que me sentía complacido de que tuviera otra oportunidad de ser feliz. Y, por sobretodo, que ya no sentía ese miedo de aventurarme de nuevo, pues me sentía tan seguro como cuando mi madre me abrazaba en su regazo para decirme que todo estaba bien. Era una sensación de calidez que hace mucho no encontraba. “Así que era eso…” -me decías-. “Sí. Eso, y que siempre me has dicho la verdad” –rematé-.
Y te besé.
La luna llena se volvía testigo mudo de un beso que me decía tanta verdad sin tener que hablar. Era como un momento sin tiempo, sin medida, sin espacio. En que me sentía en la nada. Solo. Solo contigo. El mundo podía estar yéndose al barranco y ranas podrían haber llovido del cielo en ese momento; sólo estaba preocupado de que esa sensación no se fuera jamás y de haber muerto con el calor de tus labios en los míos. Nada importaba.
Sólo tú importabas.
Y abrí mis ojos y no estabas. Corrías por el prado riendo con esa risa fresca de esa vez en el café. “¡Alcánzame si puedes!”, me decías. Y corrí hasta ti. Tu aroma me decía qué camino tomabas. No te miraba; seguía tu aroma. Podía identificarte entre el aroma del pasto verde recién cortado, las hojas de ese otoño precoz que caía sobre la ciudad.
Te perseguía, como un sediento al oasis.
Aún entre miles de voces gritando, calles llenas de ruido estridente; tu voz me era absolutamente audible. Con voz de niña me decías “No corras más, si ya me tienes atrapada…”. Pero insistía: no te tenía amarrada a un abrazo; no podía sentir esa respiración entrecortada por el correr y el ansia nerviosa de un beso furioso.
Te quería mía; completamente en mis huesos pegada; infinitamente conocedor de tus deseos y cumplirlos a cabalidad.
Abrí mis ojos y realmente no estabas.
Estaba en mi cama, bañado por la luz tenue de la luna llena de ese otoño precoz.
Buscándote.
Me había quedado dormido y desperté en medio de mis libros, apuntes, lápices, la taza de café vacía y el cenicero lleno. Y mi celular sonaba. Marcaba un mensaje de texto. Miré la hora y eran más de las 2 de la mañana. Tarde. Mañana tenía que estar fresco para irme a la universidad. Ya sabía lo que era estar cansado para las pruebas. Y eso, era fatal.
No quise abrir el mensaje. Tenía que dormir. Volver a soñar con ese sueño. Era tan lúcido. Tan real.
Y traté de buscarte de nuevo en mis sueños.
Llegó la mañana y así, también tener que ir a la universidad. E inicié mi ritual de todas las veces en que tengo mis exámenes: la ducha, el afeitarme, el vestirme de terno y corbata, el café cargado y sin azúcar y el denario del recorrido.
Oraba en el camino, más que nada, para que esa sensación del sueño gobernara mi vida. Más que querer el éxito de esa mañana, deseaba tu presencia. Habían pasado días sin verte. Y pensaba en que estabas bien lejos. Hacían días en que tu voz no se oía por mis oídos.
No sabía que pasaba.
Ya de vuelta a casa, leí el mensaje del celular. Cuando lo abrí pude sentir, otra vez, esa bilis amarga que me recorría de nuevo las venas. Esa sensación de odio intenso que había dejado atrás. No necesitaba volver a saber de ella de nuevo. No quería volver a repetir perpetuamente ese dolor que dejaba atrás estando contigo. El mensaje decía algo así: “Perdóname. Quiero dejar de soñar contigo…”. ¿Por qué yo tenía que saber eso? ¡Por qué carajo no me dejaba en paz! Yo ya no soñaba con ella desde que llegaste a mi vida. Tú, esa mujer de risa fresca y alma veraz. Y esa era la única cosa que me salvaba de caer en una espiral de venganza.
Ya no quería saber de ella.
Pensaba que la había dejado atrás.
Al parecer no era tan así.
Sus palabras tenían en mente una cosa, pensé. Era ponerle atención. Lo consiguió. Y me sentía estúpido. Caía como un niño de pecho ante un juego tan absurdamente, que me daba lástima. Y rabia. Rabia de ser un tarado. No necesitaba volver a rememorar lo mucho que me dañaste.
Y luego, el baldazo de agua fría.
Tus noticias.
Tu pasado también llegaba a la puerta.
Llegaste en una noche despejada. De una luna llena que durante toda la noche, se teñiría de rojo por el eclipse.
Golpeaban la puerta y fui a abrir: ahí estabas tú. Radiante, pero con la tristeza en los ojos y con la verdad atravesada entre tu garganta y los labios. Pasaste y te invité a tomar asiento. Me dijiste que me sentara antes que pudiera decir algo más que un hola. Con un suspiro profundo, me miraste y empezó el diálogo:

- Vengo a decirte algo. No me tomes a mal. No pretendo mentirte. Tú sabes que eso no te mereces. Y por eso estoy aquí.
- No me asustes. Pareciera que fueras a decirme que cometiste un crimen o algo peor.
- No seas tonto –me dijo sin perder la seriedad-.
- Perdona, de verdad… -le dije con cierta vergüenza-.
- Está bien. Mira, vengo a decirte que hace unos días, mi ex vino a visitarme. Me dijo que quería volver, que me amaba y que había cometido un error –me decía con una convicción triste y con cierta pena-.
- Pero, ¿qué no me habías dicho que todo ya estaba cerrado y que ya no volverías a él por todo lo que hizo? –pregunté un tanto sorprendido-.
- Si. Y te lo dije y a él también –habló con sequedad-. El problema no es él. Es lo que siento ahora.
- ¿Y qué es lo que sientes ahora? No me angusties más.
- Me siento en confusión. Estoy confundida –dijo-. Yo siento que no he cerrado el capítulo. Y que no te mereces que esta confusión haga que todo lo bueno que hemos logrado se pierda. Menos que sientas que te traiciono –cerraste-.
- ¿Y que hago ahora con todo lo que siento? –pregunté airado-. Me cuesta comprenderlo. Me cuesta aceptarlo –le decía dolido-.
- Lo sabía. Sabía que pasaría eso. Pero nada sacaba con mentirte y mentirme. Creo que debemos ponerle coto a todo esto. Ir mucho más lento de lo que íbamos.
- ¿Sabes algo? –le decía seriamente-. Tienes razón –le dije mientras caminaba a buscar mis cigarrillos-. Yo no puedo luchar contra algo que aún desconozco. No puedo luchar contra un pasado tan fuerte para ti y con un recuerdo tan duradero –le decía mientras encendía uno-. Acato tu decisión –sentenciaba, aspirando el humo de la primera bocanada-.
- No quiero que acates. No es una orden. Tienes derecho a saber la verdad y aquí estoy, frente a ti. Nunca haría algo para mentirte. No te lo mereces –respondiste-.
- Escúchame, “hija mía” –le dije son una sonrisa- : si lo acato es para no olvidarlo. Necesito ordenármelo para no cometer alguna estupidez -decía aspirando nerviosamente el cigarrillo-. No estoy dispuesto a perderte. No ahora. No cuando tú me has ido sacando de un agujero oscuro. Sólo que todo ahora, será distinto. Empezar de cero será difícil –y apagué el cigarro en un cenicero lleno de colillas de ayer-.
- O.K. Desde ahora, tendremos que ser más mesurados.
- Debemos medirnos en lo que nos decimos acerca de lo que sentimos, pensamos y decimos –decía pausadamente-.
- Es cierto.
- Lo que sí no quiero, es perder eso que teníamos.
- Sabes que ahora será distinto –replicabas-.
- Yo me refiero a la confianza. A no perder la amistad. A eso que nos juntó –le recordaba-.
- Eso no se pierde. Ten en cuenta esto –me decías caminando hacia mí-: yo tengo que estar en paz conmigo para poder iniciar algo nuevo –y me acariciaste el rostro-. Y quiero también que sepas, que no tengo que volver a buscar. Yo ya encontré lo que busco –y me besaste la frente-. Lo tengo aquí –me apuntaste-. En frente de mí.
- Está bien –le dije ruborizado hasta las pupilas-. ¿Amigos? –le pregunté con los brazos extendidos-.
- Amigos –y me abrazó-.

Comentarios

Anónimo dijo…
Queé hay guapo?, el viaje cuándo ? jajaja...

Es tan normal en ti eso de "hija", sonrío cada vez que esa palabrita aparece en una de nuestras conversaciones.

Un abrazo santiago
Diana RK. dijo…
Es tan dificil volver al sueño que acaba de cortarse con la realidad.
Por fin...acá estoy...pero estamos, me enganchó de principio a fin, la verdad, estoy al pendiente del resto, la historia pinta para novela...surrealista.
Die Walküre dijo…
Vaya,me habia perdido de mucho,tus letras siguen y siguen y yo voy lento,me tocará volver atrás,leer,revisar.
Muchas gracias por las platicas y mucha suerte
Auf Wiedersehen!

Entradas populares