Testamento


(continuación)


Nos besamos como desenfrenados. Nos liberamos de ese compromiso de sólo ser amigos esa noche. Nos habíamos retenido tanto el deseo de no volver a sentir una caricia del otro; un beso cálido en los labios del otro. Sentir esa respiración agitada y desesperada para tomar impulso y comerse al otro.

La deseaba.
La deseo.
La desearé siempre.
Sobre su cama; esa cama que se volvió el lugar del punto de no retorno, nos desvestíamos para observarnos con detalle.
Habíamos olvidado cómo era nuestro interior detrás de la ropa. Ese ser que ambos deseábamos volver a ver y poseer esa noche. Ella se soltaba el pelo, mientras yo intentaba desabotonar su blusa carmesí. En la desesperación, ella arrancó de cuajo mis botones de la camisa y vio una cicatriz. Mi cicatriz del pecho. Una puñalada hace muchos años me rasgó el pecho y me dejó el recuerdo permanente de cómo la muerte podía pasar por mi lado. Y con ello, haberme ido antes de decirle adiós.
Ella pasó sus dedos largos y finos por mi herida y me la besó de punta a cabo, mientras, con ímpetu adolescente, intentaba dejar a la vista sus pechos de aureolas rosadas. Besaba sus pechos y hundía con suavidad mis dedos en su espalda. Quería sentirla pegada a los huesos. Sentirla antes de irme, totalmente parte de mí. Ella gemía y empujaba mi cabeza suavemente para que quitara su falda y su ropa interior. Me quería entre sus piernas. Quería que besara su sexo húmedo y en vías de explotar de deseo.
Y así lo hice.
Mientras le besaba su sexo, ella se retorcía y gemía.
Gozaba.
Caricias, besos, lamidas. Todo se hacía con frenesí. Todo se gozaba con desesperación. Con la voz entrecortada, me pedía que estuviera dentro de ella. Quería sentirme dentro de ella. No vacilé ante su petición. También quería sentirla, penetrarla con suavidad y firmeza.
Hacerla, por última vez, sólo mía.
Nuestros cuerpos danzaban un baile desasosegado, infernal, frenético. Nuestros besos y labios se volvían de cera derretida. El aire se llenaba de nuestros gemidos, aromas, sensaciones. Todo el universo se parecía rasgar con nuestras voces silentes.
Y luego, el final.
Un fin donde sentimos que en nuestros orgasmos se nos iba la vida. Nuestro último aliento parecía el último grito antes de expirar por el placer que ambos alcanzamos.
“Me voy, Rosario”, le dije. “Ya lo hiciste, tonto”, me dijo bromeando y acariciando mi pelo.
Nos reímos.
Me sentía satisfecho.
Me sentía libre para poder irme.
Ya no tenía más que hacer allí.
Y nos dormimos. Juntos. Por última vez.

***

Cuando me levanté, Diego no estaba. Creo que durante el sueño, sentí que me besó la frente y unos pasos. No estoy muy segura de ello. Mire mi velador y encontré un sobre y una llave. Estaba algo arrugado. Pero decía con su letra mi nombre en el anverso: “Rosario”.
Lo alcancé y sólo lo guardé, al igual que la llave.
Pasaron los días.
Te habías ido.
Y lloré porque no lo entendía.
Solo mucho después saqué la carta esa tarde y comencé a leerla cuando nadie me veía.
A las dos líneas, supe lo que me faltaría siempre.
Eras tú.

“Querida Rosario:

No te extrañes que haya querido hacer todo esto así. Sabías que me iba. Nunca me quisiste creer. No te culpo. Tu corazón inmenso no estaba acostumbrado a las pérdidas. Lo supe desde el momento en que subí al avión con rumbo a Barcelona. Y por el sentimiento de culpa, quise que fueras tú quien me viera por primera vez después de dos años de ausencia.
Durante el año que estuve a tu lado, aprendí a que lo único que sobrevive a todo evento, es el amor. Siempre supe que tú me amabas y que te costaba soportar el hecho de mi posición a no tener más una relación de pareja. Y que si lo hice, fue para probarme a mi mismo que eso era cierto. También para darme cuenta de que no me dejarías ir.
Me quería ir…”


Te odiaba, Diego. Te odiaba y lloraba de rabia al leer esas palabras. ¡Me habías usado, desgraciado mal parido! Te odiaba porque me habías descifrado siempre el juego y te hacías el imbécil. ¿Para qué? ¡Para que tú, grandísimo hijo de puta, te dieras cuenta de algo que siempre tuviste de mí! ¡Eres un maldito, Diego!
Desesperada, por el juego que me hacía sentir tan imbécil también, intentaba seguir leyendo, para darme cuenta que habías sido un verdadero estúpido y que te habías aprovechado de mi benevolencia y amor sincero.

“Este año ha sido el mejor año de mi vida. No creo que a estas alturas me creas. No lo espero. Asumo que en estos momentos, debes odiarme. Con razón. Si nunca te dije algo; si jamás intenté descubrirme, fue porque quería, en cierta forma, tu odio. Era mi motivo para sentir que pagaba la culpa de no haberme dado cuenta antes de todo.
Ya no me volverás a encontrar. Al menos físicamente. Si te decía que me iba de verdad, para siempre, era porque me iba a morir. En Barcelona me detectaron un cáncer que me iba a matar en cualquier momento. Hace tres años, era del tamaño de una pelota de ping-pong. Inoperable. Hoy, me ha carcomido lo suficiente como para que cualquier golpe insignificante a mi salud me mate.
Yo no quería que me tuvieras tan poco tiempo. Por eso prefería irme. De verdad, para siempre…"


¡Ahora te odio más Diego! ¡Te odio porque no confiaste en mí! ¿Cómo crees que habría reaccionado si lo hubiera sabido antes? Yo te hubiese seguido amando aún postrado y vegetal. Yo hubiese preferido saberlo y sufrir contigo para siempre, a no haberlo sabido y sufrirlo sola. ¡Eres un estúpido, Diego!
¿Qué has ganado con eso, ah? ¡Nada! Sólo ganas dejarme con un tremendo vacío y con un dolor que no podré contener. ¡Hijo de puta! ¡No sé por qué te sigo amando! ¡No sé por qué quiero seguir leyendo esta carta!

“Gracias por cumplir con tu parte del trato. Con esa en que dijimos que sólo seríamos compañeros de ruta. Y gracias por romperlo hoy. Con esta carta, más que despedirme, quisiera dejarte algo. Considéralo como mi última voluntad. Velo como mi testamento de lo que yo quiero dejar, en este mundo que abandono, para ti.
Quiero dejarte mi sueño de haber sido siempre quien era. Contigo nunca dejé de ser quien realmente era. Aún si te engañé todo este año. Aún si te abandoné dos años. Quiero dejarte todos mis recuerdos de una vida feliz contigo. Mi casa, es tu casa ahora. He dispuesto todo tal como tú me lo hiciste saber la primera vez que te llevé allá. He destruido esas cortinas tan feas que no te gustaron por su color. Cambié el sillón por otro para que no suene como lo hacía cuando hacíamos el amor sobre él. Pinté la casa del color que querías y puse la foto de los dos donde querías: en medio del living.
Rompí todos mis ceniceros, para que no te molestara el humo del cigarrillo que rondaba mi casa. Quemé mis revistas porno que tanto te molestaban y regalé a un amigo todas esas películas que tampoco te agradaban, pero que ponía cuando no teníamos qué inventar cuando teníamos sexo.
Hice un lugar para ti en mi lugar. Lo dejé servido para ti. No más pagar arriendo en ese departamento tuyo. No más tener que seguir peleando por un poco más de tiempo para pagar. He hecho para ti una morada. Sé que no es mucho. Sé que no lo compensa. Pero, sé cuanto querías que yo hiciera todo eso. Y lo hice, por amor…"


¿Crees que con eso cambias todo? ¿Crees que era eso lo que necesitaba, Diego? Estuviste equivocado. Yo te quería a ti. Con tus mañas, enojos, tristezas y alegrías. Te quería sin condiciones. ¡Imbécil! ¿Cuál era tu idea de “no querer hacerme sufrir” como dijiste esa noche, ah? Me hiciste sufrir. Me haces sufrir. Me seguirás haciendo sufrir.
Veo todo ahora en tu casa, y todo detalle me recuerda a ti: los olores a tabaco que, aunque quisiste, no se fueron con los ceniceros; el color de mi gusto que me recuerda que tú lo pintaste; el sillón donde tú fuiste mío y yo tuya, una y cien veces. Si estoy en esa casa, más que porque lo pedías, era porque lo necesitaba. No puedo dejarte ir. No siento que te hayas ido. Aún me quema ese beso en la frente… ¿En verdad me lo diste?

“Hasta siempre, mi querida Rosario. Me duele sobremanera tener que despedirme. La muerte me está llamando desde hace rato y ha sido con la única con la que te he engañado. La única que me ha seducido con la misma intensidad que tú y que me desea de igual manera que tú.
No me pude negar a su encanto. Como no me pude negar a tener que besarte esa Navidad y no sentir que ese beso se tornara en esas noches que ambos pasamos amándonos sin control y sin medir el tiempo o las consecuencias; cosa que no ocurrió y que quisiera que ocurriera esta noche.
Quiero que me encantes esta noche. Quiero hacerte mía por última vez. Quiero que sepas que, al contacto de mis labios, yo nunca dejé de amarte y que todos los días de ausencia pensé en que fui un completo estúpido.
Hasta la otra vida, Rosario.
Hasta el momento en que la muerte te cubra con su beso al igual que yo quisiera cubrirte de besos esta noche.

Diego.”


Cumpliste.
Por primera vez, cumpliste. Y no sólo con irte. Sino con desear que yo fuera tuya. Y que tú fueras mío.
Sigues aquí. Dentro mío.
Dentro mío.
Porque ahora, que te has ido, lo único que verdaderamente me has dejado es la tristeza de no verte más. Y también la alegría de saber que seguirás en este mundo.
En tu hijo.
Tú no te has ido.
Sigues estando dentro de mí.
Y quería que lo supieras. Aún sin verme, sin saber si me oyes, te alegras o sientes pena.
Estés donde estés, espero sepas esto: yo aún te amo.
Y tu testamento, es el hijo que espero.
Tu hijo.

Comentarios

Ale dijo…
Me encnató de principio a fin.
La historia es demasiado intensa tanto porl a trsiteza comopor el amor.
Porque a veces hay que perder para ganar.
Saludos
cabellosdefuego dijo…
bien en serio y sin admiración desmedida: es lo que más me ha gustado de tus textos. lejos. me encanta. esa escena de sexo parece sacada de mis fantasías, y el uso de las voces suena bien. muy bien.
*Mariana* dijo…
Odio, resentimiento, pena, rabia, impotencia y demasiado amor.... todos esos sentimientos pasaron por mi mente mientras leia el relato (las dos partes)

Diego y Rosario merecian ser felices, por lo menos el hijo de ambos sabrá que sus padres realmente se amaron

*_*_*_*_*_*_*_

Asi que viajas a Valpo... en una d esas nos vemos por aki

t kuidas

c.ya!ºº
matlop dijo…
un placer leerlo
caballero de lo imaginario!

menos es más....es mi religión!

bienvenido
por siempre...

saludos infinitos.
M.
Sophie Hatter dijo…
me arrancó usted las lágrimas...

esta historia tiene todo para ser inolvidable...

que hermoso regalo
Anónimo dijo…
Es inevitable decir que está buenísimo...aunque sea un año después.-

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