Estación: Memoria

("Estación Metro", pintura de Ernest Descals Pujol)






Para Merli



Seis de la tarde, arriba de un vagón del metro. Apretado, rozando cuerpos sudados, sintiendo olores enrarecidos por los cientos de respiraciones. Un viaje de mierda. Cada quien en su propio mundito tratando de aguantar el viaje: escuchando música, leyendo el diario o simplemente durmiendo y babeando en la ventana.

“Señores pasajeros, debido a un inconveniente deberemos permanecer…”. Genial. Simplemente genial. Detenido entre una y otra estación gracias a algún tarado (o tarada) que se tiró a la línea. Los murmullos crecen y el descontento se ve venir. Alguien por ahí putea entre dientes mientras otros contestan al mismo volumen. El resto sigue ahí en su burbuja. De pronto miro: alguien lee a Bertoni.

Recuerdo muchas cosas con ese nombre. No puedo dejar de sentir un cosquilleo que me baja por la espalda y se me clava en los pantalones. Lo traigo a mi memoria y no puedo no dejar de sentirme tan agitado como aquella vez. Quizás es el roce con la gente. Puede ser. Involuntariamente uno puntea o te colocan el culo y uno debe poco menos que rezar para que no se te pare y la tipa que está delante de ti no piense que eres un pervertido de mierda.

¿Qué habría sido de aquella noche sin él? Ahora que lo pienso, habría sido un polvo más que acaba con un cigarro aplastado en un cenicero lleno y las paredes chorreando sudor.

Me hace recordar un moretón -que no noté hasta la mañana siguiente- a la altura de mi cadera. Un recordatorio, una medalla. Una señal de que sucedió y me dejó alucinando con el sabor de la cerveza metido entre tu boca, tu sexo y mi colchón.

Esa cerveza rodando sorpresiva y alegre por mi cuerpo mientras te miraba con mis ojos enturbiados y lascivos; una mirada febril y ávida de clavarte mi sexo palpitante. Sacó de ti toda esa creatividad lúbrica que hay en tu cabeza; esa que subía y bajaba, lamiendo y chupando a la altura de mi moretón, haciéndome gemir; que te dio la feliz inspiración de bautizarme con aquél lúpulo rubio, llenándome el cuerpo -y el colchón- de esa cerveza fría que me devolvía el ansia feroz de follarte. Esa cerveza que bebí de tu cuerpo entregado a la embriaguez.

Valió la pena.

Comentarios

Anónimo dijo…
algún dia te veré leyendo uno de estos. Y si; valió la pena.

muá.

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